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LA RELACION MEDICO PACIENTE EN EL SIGLO XXI |
D.Enrique Moreno Gonzalez Catedratico de Cirugía Premio Principe de Asturias Consejo Asesor de Sanidad |
Hoy
es un día especialmente grato para mi al habérseme encargado iniciar las
actividades propias de este Congreso con su Conferencia Inaugural. Es sin
duda un atrevimiento por mi parte el haber aceptado tan importante
cometido, toda vez que carezco de méritos para él, y lo que es más
importante, para distraer su atención con tan sólo mis ideas,
pensamientos, ó reflexiones, sin ofrecerles datos, cifras, que puedan
hacer algún tipo de diagnostico, que nos permita a todos iniciar la difícil
terapéutica de los problemas jurídicos que atañen a una comunidad tan
antigua, y a la par tan compleja como lo es la Sociedad Médica. Sin
embargo, si que es de especial interés, al menos para mi, iniciar la
apertura de una nueva puerta la del próximo milenio con un título tan
conocido, tan discutido, tan maltratado y tan olvidado en su esencia, como
lo es la relación médico‑enfermo en los próximos años, no en el
próximo siglo, y menos en el próximo milenio, a cuyo final pedimos,
deseamos, que haya desaparecido la medicina terapéutica, gracias al
desarrollo de la medicina profiláctica fruto de los nuevos conocimientos
que sobre las enfermedades existentes, o de nueva aparición han de
suceder. Cuales
son los cambios que nos esperan, cuales de ellos estarán basados en la
propia sociedad, en el intelecto, en el individuo, cuales serán
consecuencia de los cambios sociales, del impacto de las nuevas técnicas
de comunicación, que empequeñecen el espacio y despersonalizan y separan
el cuerpo y el espíritu. Cuantos de ésos cambios, que ya nos aguardan en
el futuro más próximo, se deberán a los movimientos políticos, a los
cambios en el espacio geográfico, a la impronta y adaptación progresiva
hacia el concepto de "una sola raza". La
palabra relación es especialmente rica y apropiada para el propósito de
establecer algo entre la persona enferma y el médico que debe curarla y
tratarla. Por un lado porque puede referir un hecho como se denominaría a
la enfermedad, o puede establecer la conexión entre ambos. Sin embargo,
tal vez sería mas lógico entenderla como correspondencia, trato ó
comunicación de una persona con otra. La
relación también es relativa al amor de la pareja sólo cargada de romántica
espera, ó a los cónyuges que la establecieron oficialmente de una u
otra. El carácter informativo que en la actualidad quiere darse a esta
relación, también se recoge en el Diccionario de la Lengua Española, al
expresarla como actividad profesional basada en la gestión, en la
utilización de los medios de comunicación para informar sobre personas,
empresas ó instituciones, para prestigiarlas ó captar voluntades a su
favor. De
la misma forma, el carácter jurídico de esta "relación" es
también establecido en los pleitos y causas, dando cuenta Tribunal,
relatando lo esencial de todo el proceso ó el informe que un auxiliar
hace, de lo sustancial de un proceso ó de alguna incidencia en él, ante
un tribunal ó juez. La
relación habla entonces de conexión, de amor y respeto, de relato, y
también de metodología jurídica entre dos personas unidas en una
especial singladura. Desearía
reforzar aquí, como premisa indiscutible de lo que he de decir, que la
Medicina en general y la Cirugía en singular, fundamenta toda su
estructura, en una fuerte base de humanidad.‑ La
denominación de "humanidades" se advierte en distintos pasajes
de Cicerón y Aolo Gelio. El humanismo, como corriente intelectual se
inicia en Italia a finales del siglo XIII, considerándose en la
actualidad a Petrarca, el padre del humanismo. La voz
"Humanista" se crea a finales del siglo XV. El humanismo como
movimiento, estableció claramente las características esenciales de su
doctrina (fe en el progreso, oposición a amputar a un hombre de
cualquiera de sus facetas en beneficio de los restantes). Sin embargo,
entendido el humanismo como "Una actitud del hombre frente al hombre
mismo", el médico posee una inclinación especial al desarrollo
humanista, que crece al iniciar el ejercicio profesional, al contemplar la
grandeza espiritual de la miseria humana. El médico, espíritu que
vocacionalmente se halla preparado para penetrar en las recónditas
fisuras del cuerpo‑alma enfermos, trata de conocer la enfermedad sin
olvidar la psiquis, valorando profundamente las dolencias del espíritu
que alteran el soma tan evidentemente en las enfermedades todavía
denominadas psicosomáticas, El
cirujano, no sólo ha de realizar esta valoración última, sino que debe
iniciar un especial balance de la capacidad de respuesta del enfermo, de
su inclinación a la terapéutica quirúrgica, buscando la comprensión en
el método terapéutico y la confianza en el hombre que con su
conocimiento y destreza, tratará de eliminar la enfermedad con su ayuda. En
la actualidad la medicina se vuelve más humanista en su concepto políticosocial,
porque acepta las directrices de un derecho a la salud, ya constitucional,
sabiendo que el médico, como individuo y como clase, apoyará cualquier
diseño que aunque recorte sus posibilidades económicas y disminuya su
fuerza como grupo, de en contrapartida mayor nivel de salud comunitaria,
erradique las enfermedades infecciosas, trate en centros cualificados y
responsables a sus enfermos, facilitando la incorporación tecnológica
avanzada en los hospitales que puedan utilizarla. Como
universitario y como profesional el médico todavía recuerda la inmensa
galería formada por la historia misma de filántropos, estudiosos y
santos, que nos precedieron en el amor, en el humanismo llevado hasta las
más altas esencias de la dedicación absoluta y total hacia el enfermo. Sin
embargo, no pocos peligros han venido acechando, mas que al enfermo , al médico,
que quiere remediar el mal. La especial y progresiva socialización de la
medicina, está equívocamente transformando al enfermo en siglas, a la
actividad médica en resultados numéricos, a la consecución de la salud
en objetivos porcentuales, a la decisión quirúrgica en una ilógica
"medicina basada en la evidencia", a los resultados de la
aplicación terapéutica en una singular forma de definición de
coste‑beneficio, a las salas de espera en pasillos abarrotados, a
las consultas confidenciales, donde el pudor se olvida, en paso meteórico
frente a un médico a quien la disconformidad en el sistema y la
redefinición del enfermo como abonado, causaron en su expresión
irrevocable huella. La
abusiva especialización si además es mal entendida y programada
transforma al médico de base científica amplia, acostumbrado a la
reflexión en la búsqueda del diagnostico y de la terapéutica, en
monstruo de si mismo, valiosísima mínima parte del conjunto que puede
llegar a hipertrofiarse de tal modo, que enloquecido piense que el eje del
conocimiento se ha trasladado a su área. La
incorporación de tanta tecnología definida como "avanzada",
"punta", la mayor parte de las veces confunde al cirujano en su
ejercicio porque le obliga a adquirir mayor y distinto conocimiento,
cuando la utilidad de la referida tecnología es discutible. Así
se aproximan las diferentes posibilidades aceptadas por la novedad de su
aportación y sometidas hoy al análisis discriminado por su elevado
coste, tales como el láser terapéutico, de la ecografía peroperatoria,
que sustituye a la exploración colangiográfica, del bisturí ultrasónico,
del aspirador con sistema de lavado e iluminación por luz fría, del
bisturí de rayos láser, de C02, de Argón de chorro de suero, el abusivo
uso de la vía laparoscópica, de la utilización de suturas
instrumentales, etc., que junto a tantas innovaciones de la técnica, nos
debe hacer reflexionar sobre nuestra conducta. Nos
hacen recordar las palabras de Leriche: "La multiplicación de las técnicas,
el desmenuzamiento de sus más antiguas tradiciones, le hacen correr un
peligro al que
no va a resistir olvidar al lado de sus deseos al hombre que es su objeto,
al hombre completo, ser carne y sentimiento. Inmediatamente se pregunta si
no habría de reencontrase, la primacía de la observación del hombre por
el hombre, evitando asistir al derrumbamiento del antiguo concepto hipocrático
ante la agresiva dictadura de los aparatos". La
autoridad del médico, basada en la capacidad oculta de curar a enfermos,
de restañar sus heridas, y de evitar la propagación de la enfermedad, se
afirma hoy en el mejor conocimiento de la patología, de la respuesta a la
agresión, de la respuesta endocrina y metabólica. La
influencia del médico, y poco después del cirujano hizo posible el
reconocimiento por todo el estamento social, de la labor realizada,
disfrutando de una especial situación, de una esmerada y privilegiada
atención procedente de los integrantes de la propia comunidad. La
responsabilidad del médico en relación con la terapéutica desarrollada
es bien antigua. El mismo Ordenamiento Jurídico‑Penal de la práctica
quirúrgica es desarrollado en la cultura mesopotámica por primera vez, y
de una forma especialmente extensa, castigándose con penas de especial
relieve (amputación de una mano, si el enfermo, siendo señor fallece,
pago de grandes cantidades de moneda, etc.) que no se incluían en la
actividad médica de los sacerdotes, aunque esta se practicara sin fortuna
(código de Hammurabi, a 2000 a.C.). Este ordenamiento, mejor, de penas
para el responsable de la práctica quirúrgica, se advierte también en
otras Sociedades primitivas, evolucionadas, como en Israel, donde se
establece "La Ley del Talion" (vida por vida, ojo por ojo,
diente por diente, mano por mano, pie por pie). Esta "metodología
del castigo del cirujano" quedó referida en civilizaciones muy
posteriores, como la precolombina, por historiadores como Fray Juan de
Torquemada, que al descubrir la honras fúnebres que se le ofrecieron
después de la muerte, del primer magistrado Michoacán, relata como
fueron sacrificados, sobre la tumba del difunto, varios médicos que no
habían sabido curarle. En
sus orígenes la medicina constituye una actividad sacerdotal. Se
diferencian así las enfermedades en dos únicos y amplios grupos, Las
accidentales, que tienen su causa en el azar, (traumatismos) que serán
posteriormente tratados por cirujanos (antes sangradores y barberos), y
las invisibles u ocultas, que parecen provenir del propio individuo
(fiebres prolongadas, enfermedades consuntivas, trastornos neurológicos).
Las primeras eran tratadas por personas de especial capacidad manual, que
poseían destreza para las labores artesanales y que a pesar de su
utilidad social se encontraban en los niveles medios de la estructura
social de la tribu. El segundo grupo de enfermedades, que parecían
causadas por un poder sobrehumano eran tratadas por personas de aspecto mítico
mágico "los Sacerdotes" que ocupaban siempre un lugar
excepcional en la estructura social de la tribu y utilizaban
principalmente el exorcismo como procedimiento terapéutico. El éxito de
la terapéutica manual de las enfermedades accidentales en contraposición
al menos frecuentemente obtenido con los exorcismos motivó el ascenso en
el prestigio de los primeros terapeutas y el descenso progresivo de la
actividad puramente espiritual ó médica en el período Paleolítico. Sin
embargo, hasta en aquellos años se delimita claramente el carácter
individual de los que entonces constituyen el inicio de la medicina y de
los médicos, la personalidad especial de los mismos, y la sumisión hacia
ellos, aunque sólo fuera temporal de los grupos sociales en los que se
enmarcaban. La
historia ha dejado entrelazados en sus relatos al enfermo afecto de males
incurables y ha ascendido a la condición de mitos a médicos, y cirujanos
rodeados del halo de santidad, buen ejemplo de ello fue San Pedro,
haciendo de su terapéutica, milagro, la reimplantación de las mamas
amputadas a Santa Agueda, ó el homotrasplante de la pierna enferma del
sacristán practicado por Cosme y Damián utilizando la de un etíope
fallecido por accidente un día antes. El
arte de curar está recogido en retablos, de iglesias y catedrales, y el
sanador ó curandero, se identifica en el mismo, como vehículo de Dios,
de la Virgen ó de la Corte Celestial, inmortalizando junto a su obra,
enfermo y médico, unidos por una acción milagrosa, que no precisó
entonces del análisis riguroso de ahora, ni sufrió el riesgo de la
querella, que hoy es normal que se produzca. Un
motivo añadido en la vocación médica era la dedicación altruista, a
los hospitales de Beneficencia, en los cuales tuvimos la suerte de iniciar
nuestra formación profesional tantos médicos. El contacto con la
enfermedad que hacia mella principalmente en personas sencillas, sin
disponibilidades económicas, la dedicación a enfermos frecuentemente
graves, que sufrían además la impronta de una situación social y económica
precaria creo que nos marcó de una forma sustancialmente útil para
desarrollarnos como médicos. Salarios ínfimos, que no nos permitían
prescindir del apoyo familiar, eran gastados en ayudas a familiares de los
enfermos, en juguetes a niños, y no pocas veces en acompañar a unos y a
otros a espectáculos, ó diversiones a los que nunca asistieron
previamente ó de las que hasta entonces no habían gozado. Era
el tiempo en el que los nombres de los hospitales en todos los países
europeos recordaban a Santos, como San Carlos en Madrid, San Cecilio en
Granada, La Piedad ó Nuestra Señora en París, Fate Benefratelli y San
Camilo en Roma y tantos otros. Y
las relaciones Médico‑Enfermo evocaban la cristalización de
vocaciones elevadas sobre el espíritu cotidiano que tenían algo de
paternalismo impregnado en la fraternidad más ilusionada. La
medicina formaba parte de la Sociedad, completando el entramado colectivo
y los médicos daban a éste su prestigio, bien ganado con la dedicación,
el esfuerzo y un predispuesto espíritu. Ser médico entonces era algo
especial, aceptado y apreciado. Ser médico constituía un título
especial que la sociedad se preocupaba de respetar, incrementando, si no
su poder, si el beneficio del afecto, de la consideración y del respecto. Claro
que aquella situación daba también el complemento de la respuesta
social, con la sutileza de la admiración, el agradecimiento y el afecto.
La sociedad, los gobiernos trataban con consideración a sus médicos y
mantenían una carrera profesional basada en las pruebas públicas, en las
que se median los méritos profesionales, el nivel de conocimiento y la
capacidad terapéutica, que en la mayoría de los casos se habían
adquirido a través de años de ejercicio. Una
de las grandes revoluciones en la formación médica general y
especializada, más concretamente en este última, fue la enseñanza MIR,
merced a la cual se han formado especialistas en nuestro país y han
mejorado de forma sustancial los hospitales, y los resultados de la terapéutica
que en ellos se practica. No obstante, el concepto Médico Interno y
Residente perdió su acepción más importante ya que la enseñanza no se
realizaba sobre personas que se mantenían en régimen de internado y
residían en el propio hospital en el que aquella se impartía. Aquella
forma de Internado‑Residencia es la que yo disfruté en el Gran
Hospital de la Beneficencia General del Estado entre 1965 y 1969, y otros
recibieron en el Hospital de Valdecilla. Pocos fueron los hospitales que
mantuvieron ese concepto. De ese modo, nuestra relación con los enfermos
era continua y continuada. Nuestras habitaciones estaban en la misma
planta de hospitalización y nuestras noches sufrían los mismos avatares
que el postoperatorio de los propios enfermos. El médico aprendía a ser
confidente y consejero, a curar al enfermo y a su entorno, a través de
los familiares de estos, que tratábamos en la visita que por las tardes
se hacían. La
estructuración de la medicina pública ha mejorado, los resultados de la
terapéutica, han permitido el diagnostico con los métodos adecuados, y
las revisiones de los enfermos, dentro de la mayor seguridad para ellos.
No obstante el médico joven ha reducido el contacto con los enfermos y se
ha inclinado más hacia el análisis prolijo, de los métodos diagnósticos
y terapéuticos más sofisticados. Su entrenamiento profesional
intachable, auspiciado por Comisiones del más elevado nivel profesional
ha sido tutelado, y aconsejado, buscando la mejor formación posible, pero
sin embargo se ha olvidado la fuente de la vida profesional. La fuente de
la vida de Ponce de Leon, que sólo se halla al lado del enfermo, con su
expresión dura, plena de ansiedad ante la enfermedad y sonriente,
relajada, al recuperar la salud. La
ausencia de Internado, de Residencia, ha empobrecido una enseñanza
hospitalaria, básica, que haga penetrar en el espíritu del joven médico,
los valores éticos que sólo pueden generarse con la vivencia mantenida
con el individuo enfermo, con el espíritu enfermo, con el que de forma
transitoria ó permanente ha perdido la salud. La
selección de los futuros médicos generales y especialistas, se realiza a
través de exámenes nacionales, que dan el mismo número de posibilidades
a todos los candidatos, pero no contemplan aptitudes y habilidades, que no
diferencian entre las virtudes que pueden y deben rodear a un internista
ó a un cirujano, a un dermatólogo ó a un radiólogo, a un especialista
en cardiología ó a un inmunólogo. Por ello es excepcional que el
investigador tenga que aceptar la práctica clínica como especialista en
Patología Digestiva, ó el oftalmólogo de vocación tenga que olvidarse
de sus sueños y aceptar la plaza en Cirugía General ó en Traumatología
y Ortopedia que como posibilidad le queda. El
grado de satisfacción profesional influenciará, sin duda en gran medida,
la relación con el enfermo, e inconscientemente primero y muy
conscientemente después, establecerá barreras sometiéndose sólo a los
límites del marco institucional en el que nos hallamos, esperando un
mejor oportunidad para su desarrollo. Los
médicos, los cirujanos, al finalizar la enseñanza MIR, encuentran unas
todavía "suficientes" "insuficientes" posibilidades
de trabajo. Se le ofrecen mientras tanto contratos de "acumulación
de tareas", ó a tiempo parcial, sólo para "guardias", ó
de anexión limitada, parcial hasta lo insospechado, mientras obtiene la
ansiada interinidad que le haga sentirse virtualmente un adjunto, miembro
de staff, hombre de extraordinaria capacidad laboral. ¿Así, cuanto
tiempo esperará sin beneficiarse de las prerrogativas de un
"verdadero" adjunto?. De
cualquier forma, la interinidad es poseída por algunos desde hace 12 ó
14 años, y esperan estos, aun con esperanza, que algún día termine. El
médico joven se desentiende de la antes llamada carrera profesional y ha
comenzado con la mayor ilusión una nueva singladura. Sin embargo, perdido
en una mar de confusiones, empieza a desconfiar del valor de los cursos de
ampliación de estudios, del valor intrínseco de las publicaciones en
revistas nacionales e internacionales. Se le presentan, como a Ulises en
su vuelta a Itaca, sugerentes opciones para que atienda sólo a la
acumulación de horas que le permitan ampliar un largo puente de
vacaciones, ó mejorar ó prolongar las vacaciones estivales ó de Pascua. El
médico joven se ve representando el papel de los médicos adjuntos
condenados a jubilarse con este cargo, sólo inicialmente, y su desilusión
crece porque se ven dentro de un sistema en el que es difícil destacar,
porque la estructura sanitaria inconscientemente se olvida. La
relación con el enfermo se ve influenciada por médicos, bien dispuestos
a informar, pero que mantienen la pesada carga de la inseguridad, de la
inestabilidad, de la precariedad en sus trabajos. El
marco en el que la actividad médica se desarrolla no es tampoco propicio
para introducir a los profesionales médicos en una relación más
espiritual, más tierna, más responsable y más experta. La jornada
limitada durante la cual se debe realizar la actividad clínica (quirófanos,
sala y consultas) docente e investigadora, es completamente teórica, por
no decir falsa. La falta de espacios para informar a los enfermos, de
duchas para evitar extender una infección quirúrgica tratada en el quirófano,
a otras zonas, la falta de áreas de reposo, despachos, para informar
asegurando un mínimo de privacidad al enfermo ó allega , conduce a
entorpecer, ó endurecer una relación, que
naturalmente deba encaminarse por la vía más lógica, entre el médico
y el enfermo. Cualquiera
que escuche este relato puede pensar en que la demagogia se apodera de mi
espíritu dispersando mis ideas de la realidad del título de esta
introducción. Nada más lejos de mi ánimo y si insisto en la situación
de los profesionales médicos, lo hago por la importante influencia que el
marco en el que se ejerce la medicina, puede catear ala nunca
suficientemente estimada relación médico‑enfermo. ¿ Existirá una
mejor predisposición; a considerar nuestros deberes para con los
enfermos, cuándo el ejercicio médico se realice en un ambiente más
propicio ?. Las mayores quejas de los médicos jóvenes se refieren a todo
lo que se relaciona con la consideración que como universitarios y
estudiantes destacados se merecen. ¿Cómo.... pensamos, habrá de ser la
relación entre médicos y enfermos, cuándo en una habitación del
Servicio de guardia, en la que descansan fugazmente los médicos
residentes, pueden en sus dos camas descansar una médico y un médico,
agotados por el trabajo, a pesar de haber pedido, sin éxito zonas
separadas para hombres y mujeres... No repercutirá negativamente este
hecho en la relación médico‑enfermo, de forma progresiva, al
comprender que a la Institución no le preocupa excesivamente la
sensibilidad de sus médicos ?. Poco
a poco el médico puede verse envuelto en la desilusión que produce
comprender que sus criterios de vocación, capacidad de trabajo y entrega,
no son tomados en cuenta. Fuera
de la calidad humana, espiritual, del médico, como individuo,
probablemente no existe nada. Fuera del ambiente que la persona crea en su
entorno, como un microclima que alimenta al enfermo, probablemente se
produce un descenso de la temperatura que distancia la unidad más firme,
el enfermo y el médico. En la estupenda Tercera de Benigno Pendás
reconocido profesor de Historia de las Ideas Políticas, publicada antes
de ayer Martes, hace referencia a Heródoto y como éste cuenta la
respuesta de Trasíbulo a la pregunta del Tirano de Corinto: Cuál es el
camino para asegurar más sólidamente mi poder ?. Interpretando el gesto
dado como respuesta, mandó cortar todas las espigas que sobresalían del campo.
Benigno Pendás estima con su lógica sensibilidad este gesto como
"el temor a Ia excelencia, dice cuya presencia exacerba la envidia de
los mediocres y turba sin remedio a los apátridas del espíritu''. Quiere
esto decir que nuestros enfermos pueden estar abocados a una atención médica
inferior porque se propicie un marco institucional en el, que
desafortunadamente no existan niveles profesionales, ni se premie a los jóvenes
valores, ni se ayude, estime ilusione, potencie y conduzca la lógica
desigualdad motivada por la mayor atención a los enfermos, que redunda
siempre en una más estrecha, firme, y ética relación enfermo‑médico. El
enfermo es un ser sensible al trato humano pero también inteligente. El
enfermo tiene especialmente desarrollados sus receptores al dolor, a la
ansiedad, a la angustia, y también a la sensibilidad que le hace
reconocer la intención del que se le acerca, su profesionalidad, su grado
de conocimiento así como su estabilidad profesional, su estimación
individual. ¿Será
la siega igualatoria de las espigas más altas, más productivas, que
buscan la luz y la suave brisa apoyadas en un tronco fuerte, uno de los
motivos de la ausencia del interés que antaño caracterizaba a los
estudiantes de medicina y que ahora han transformado las aulas y cambiarán
una profesión destacada en una complementaria, en el contexto de una
familia?. Que
sería del deporte sin olimpiadas ó sin plusmarquistas, sin mensajes de
profesionales hacia los que se inician y desean con ilusión parecerse a
los rostros ya famosos, que no son sólo sonrisas triunfantes, sino
ejemplo de dedicación, disciplina y vocación. Nuestras aulas están
ahora repletas de jóvenes mujeres, que obtienen los mejores niveles en
las evaluaciones, agradables, atentas, sutiles. ¿Es que la mujer ha
superado al hombre en inteligencia, en constancia, hasta el grado de
representar el 70% de los alumnos de nuestras facultades ?; ó se debe
también al desinterés de los hombres por una profesión despersonalizada
en la que la dedicación y el esfuerzo no se hallan contemplados en la que
no existe discriminación hacia los mejores, en la que ha desaparecido la
importancia social, el tradicional afecto, y respeto de los miembros de la
comunidad. Los hombres jóvenes se dedican con mayor fuerza a las carreras
empresariales, en las que expertos buscan, entrenan estimulan y potencian
a los miembros de una empresa porque de ellos depende el futuro de la
misma. ¿Será
igual la relación entre médicos y enfermos, ó mejorará con la mujer
incorporada a especialidades como la Traumatología y Ortopedia, los
Cuidados Intensivos, la Urología, la Cirugía Cardiaca, la Cirugía
General, ó la Oncología Médica ?. Estoy seguro de que en gran medida,
la fortaleza espiritual, la sensibilidad, la capacidad para amar de la
mujer mejorarán la relación con el enfermo, dándole, tal vez el cariño
que el hombre acaso no haya sabido darles. Pero....
¿dispondrán del tiempo igual que el hombre ? No tirarán demasiado
fuertemente el amor a los hijos, al marido, su concepto práctico de la
vida, su lógico entendimiento de la escala de valores,... que posibiliten
la dedicación pero sólo en un horario laboral, determinado, dentro de lo
discutido y establecido ? La
contestación es obvia, porque la incorporación de la mujer a los
hospitales, a la Sanidad pública y general, no es un hecho aislado ni
reciente. La
excesiva laboralización de los médicos ha repercutido, creo que
negativamente en la relación enfermo médico. Y es lógico, porque en el
momento actual con intervenciones oncológicas que superan una jornada
laboral, con trasplantes un¡ ó multiorgánicos, en ocasiones de duración
insospechada, es imposible introducir parámetros de control ó límites
laborales. Aquel que no conoce las características de esos tratamientos
quirúrgicos vuelve a revitalizar el concepto de equipo, pero no de un
equipo sincronizado, que actúa al mismo tiempo, durante todo el partido
sino de jugadores sucesivos que se alternan ó cambian hasta el final de
tiempo. De quien será entonces la responsabilidad del resultado de esta
intervención..., del médico que indicó la intervención y expuso al
enfermo sus características, sus riesgos, para que pudieran firman el
documento de consentimiento informado ó de aquellos que iniciaron la
intervención ó extirparon el tumor, ó tal vez de quienes practicaron la
reconstrucción del aparato ó sistema dañado, ó quizás de los que
cerraron la pared abdominal, instalaron los drenajes, e hicieron el
recuento de gasas y compresas. ¿Se
le advertirá al enfermo de que su intervención puede ser practicada por
dos equipos de cirujanos, para que lo acepte, incluyéndose también en el
documento de consentimiento informado ?... Este documento no exime de la
mala practica pero es posible que la mala práctica, ó las complicaciones
posquirúrgicas se deban a la actuación de unos y otros .... ¿ Se le
informará al enfermo de que la intervención ha discurrido bien ó se le
ha de comentar las diferentes partes y equipos que participaron en la
misma?. La
responsabilidad médica aunque espiritual ante el enfermo empieza también,
como la vocación misma, desde el momento en que se inician los estudios
de medicina, por este motivo, esta maravillosa profesión nos obliga a
estudiar y a trabajar tanto buscar y asistir a cursos nacionales e
internacionales a congresos, a exposiciones prácticas en el laboratorio
experimental. Trabajos que son subvencionados por el propio médico en la
mayoría de los casos, en tiempo de vacaciones, destinado en la mayor
parte de las profesiones, al reposo ó a otras actividades diferentes a la
propia profesión. La
responsabilidad de los médicos que ya titulados trabajan en un hospital,
abarca al tratamiento de la enfermedad, pero también a todo los que se
relaciona con su ámbito, como la metodología diagnóstica, la elección
de la terapéutica, el control de la reacción al tratamiento y el estudio
a largo plazo de la evolución de la enfermedad y del enfermo. El
resultado del tratamiento depende del diagnostico, así como la evolución
de la intervención quirúrgica depende del momento en que esta se
realice, muy especialmente en las enfermedades tumorales y más aún si el
tumor se halla localizado en el aparato digestivo. El
médico entiende al enfermo no como a un paciente, menos aún como un
cliente, .... y que voy a decir de la palabra usuario. Para todos los médicos
el enfermo es algo propio, consustancial con uno mismo, un cuerpo enfermo,
herido, a veces mortalmente, con un espíritu que sufre la ansiedad, la
pena, la angustia, la incertidumbre. No es una relación que empieza, ...
es la continuación de las relaciones. Pero el médico también percibe el
entorno del enfermo, su familia, la edad y número de los hijos ... el
embarazo visible en ocasiones de la mujer que le acompaña y que expresa
con ojos que miran inquietos ó aterrados, la preocupación por la
enfermedad que amedrentada estima grave. Tras
la exploración física el convencimiento de un padecimiento tal vez
incurable llega al médico que intenta realizar las pruebas diagnósticas
con la mayor celeridad ... pero aún haciendo las peticiones
personalmente, el tiempo que se le sugiere como necesaria espera es
demasiado largo. La relación con el enfermo sin definirla se hace sobre
la base de la mayor ética, porque el enfermo ha depositado su confianza
en el médico. ¿Debería éste advertirle de los peligros que puede
correr si espera el tiempo aparentemente necesario para esas pruebas ? Le
hablaría con la misma libertad a un familiar querido. Como
podría el médico reducir el peso que su conciencia le causa al
considerarse responsable indirecto de que el diagnostico de certeza se
retrase, de que el tratamiento también quede relegado y con ello
probablemente se reduzcan las opciones para que la enfermedad pueda
curarle completamente. Con
frecuencia, la reducción estival de la actividad hospitalaria no va
precedida de una reducción de la demanda asistencial, por lo que las
esperas en la obtención de la terapéutica se alargan y agravan con gran
frecuencia. El médico sabe, que como todos los años, los esfuerzos, en
este período son insuficientes ... y lo sabe, por experiencias
anteriores, pero a pesar de sus deseos de ser escuchado, año tras año la
historia se repite. En la relación que desea óptima con el enfermo,
impregnada de la ética más esencial y valedera, debe exponer tales
circunstancias al enfermo... Pero si lo hace ... ¿No estará intentando
utilizar como ariete a un enfermo, para que ayude a arreglar aquello que
él como médico es incapaz de reparar ? La
autoridad del médico se halla menoscabada quedando aquellos Jefes de
departamento ó servicio fuera de la órbita del poder administrativo,
lejos de la toma de decisiones en aquello que directamente le atañe, como
la selección del personal de enfermería, que tanta importancia cobra en
el quirófano, ó en las plantas de hospitalización de mayor riesgo y
gasto económico. Tampoco es frecuentemente consultado en cuanto a la
promoción de los propios médicos, ó en las decisiones finales que atañen
a la remodelación de áreas y servicios que son compartidos por todo el
estamento médico. Todo
esto no es una crítica oscura, atravesada, inserta por interés propio en
algo tan importante como la relación médico enfermo, sino en pensar
sobre aquello que es mas útil para el enfermo. ¿Es más fácil extraer
un edificio dedicado a la actividad clínica con quirófanos y unidades de
recuperación y cuidados intensivos, la urgencia?. ¿O sería mejor tal
vez mantener y ampliar el área de urgencias aprovechando el área de
oficinas administrativas que quedaría libre al cambiar ésta a un
edificio colindante ?. Para
los médicos y para los enfermos sería mejor la primera opción y creo
que para la mejor utilización de los recursos. ¿Quien podría facilitar
la decisión?. los médicos y los enfermos ya que al mejorar la asistencia
a estos mejoraría, sin duda la relación que existe ó debe existir entre
ellos. La
relación pues, no es sólo una relación espiritual, es un compromiso, es
la lucha de ambos buscando un fin mejor, es la articulación de un texto
legal que mejore la relación entre ambas partes. Porque...
Si el enfermo tiene la experiencia de que cuando sufre un accidente en su
automóvil puede seleccionar para la reparación el taller más próximo a
su domicilio, ó el más experto, ó aquel que es che su confianza ...
como puede entender que ante un accidente sufrido en su mejor vehículo
que es él mismo, no pueda seleccionar aquel hospital en el que desea ser
atendido?. ¿Y
por qué el médico no puede ser seleccionado por el enfermo, que se halla
contento con el trato recibido, que desea ese calor que ha recibido hasta
ahora y que mantiene la relación entre ambos ? No sería entonces una
relación bien establecida, llevada desde años, con el afecto que produce
ese buen trato, y no la que tal vez se establece cada vez de nuevo, que
será impersonal, y desgraciadamente distante, por no decir fría. Siente
lo mismo aquel que al pedir el desayuno en una cafetería recibe el
"buenos días" tal vez hasta recalcando su nombre, que aquel que
llega desconocido ? ó el que entra en una tienda, ó en el despacho del
abogado, ó del notario; ó en la misma iglesia. El primero llegará sin
miedo al hospital, llegará con el deseo de que le asistan las mismas
manos, le reciba la misma sonrisa, le ayuden las mismas enfermeras, y
pueda reconocer también tal vez, al enfermero que le ayuda a levantarse
ó empuja su camilla. Es
lógico que la sociedad se dirija a este tipo de instituciones, en las que
la atmósfera cálida, de la profesionalidad y el afecto no pueda ser
sustituida por la máquina, por la oficix, la cibernética aplicada, la
telemedicina por un hospital en el que sólo existan grandes y
sofisticados instrumentos, fríos, de sombras pálidas, estáticos con una
quietud .peligrosa. Ese futuro no importará si no desaparece la sonrisa
en el médico que recibe al enfermo, la mirada atenta, las manos cálidas,
ágiles expertas, que cubren su abdomen sin presión, acariciando su piel
mientras tratan de desbrozar el misterio de la enfermedad. Tal
vez el miedo debe partir de la Sociedad, porque un médico no cuidado, no
querido, ni adorado, un médico con salarios cortos, sin posibilidad de
reciclarse, ó cambiar de hospital, un médico que mantiene las guardias
por necesidad a los sesenta años y cumple los objetivos pactados para
incrementar en algo su pobre patrimonio, un médico sin carrera
profesional, cercado por querellas, quejas, denunciantes a los que tanto
amaba, es fácil defensor de la medicina despersonalizada, de los horarios
estrictos, de la desmotivación, de la siega de las espigas más altas. Pero..
¿Qué será de nuestra medicina, de nuestros hospitales, de nuestra
extraordinaria red sanitaria, del esfuerzo de tantos gobiernos, de la
inversión cuantiosa procedente de la propia sociedad, qué será si no
dejamos que se relacionen enfermos y médicos ? Sr.
Presidente del Congreso, Excmo Sr. Subsecretario del Ministerio de Sanidad
y Consumo, Excmos. e Ilmos. Sres. Queridos amigos, os pido que no sintáis
ningún acento de crítica en mis palabras, ningún poso amargo, ningún
golpe a lo que está establecido, os pido que veáis en ellas sólo ilusión,
en un futuro que sólo podrá ser mejor si todos trabajamos para ello.
Estoy seguro de que sin necesidad de llegar al final, conseguiremos para
nuestros médicos y enfermos aquello que sin duda merecen, una relación
enfermo médico mejor, más individualizada, más responsable.
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