LA INTERPRETACION MEDICA DEL DOLOR Y EL CONCEPTO DE
PERSONA
D. Guillermo Díaz Pintos
(Colegio Universitario Cardenal Gil de Albornoz, Departamento de Ciencia
Jurídica)
Estamos acostumbrados a concebir el dolor, como una experiencia física
o psíquica aflictiva que sobreviene ocasionalmente en nuestras vidas, originada por una
causa particular, que podemos erradicar si adecuadamente damos con ella. En este sentido
el dolor nene para nosotros un origen temporal, a pesar de que la ciencia histórica, a
medida que ensancha el horizonte del pasado humano, no haya llegado todavía a descubrir
un periodo feliz caracterizado por la ausencia de la enfermedad y el sufrimiento humano,
al que solemos denominar El Paraíso. Esta idea del surgimiento de contingente del dolor
reclama la pretensión de hacerlo cesar, arrancar su causa y desterrarle de maestras
vidas. La Medicina es en este sentido, por antonomasia, la ocupación humana dirigida a
curar la enfermedad, remediar el dolor.
Modernamente la medicina se ha racionalizado y especializado en virtud
de su conexión con las ciencias experimentales, y ha aumentado vertiginosamente sus
posibilidades prácticas de intervención en la causa de algunos dolores. Este proceso
abarca no sólo la medicina individual -corporal y psíquica-, sino también la pública,
que se instaura como una de las soluciones ineludibles de los problemas sociales (1). En
esta línea, la investigación sobre el dolor humano se limita a conocer sus causas
orgánicas, físicas o psíquicas, o de tipo social, y el común denominador de la
Medicina es, consecuentemente, la idea de la curación, en cuanto que las causas
temporalmente sobrevenidas del dolor, con los instrumentos técnicos y científicos
adecuados, se pueden erradicar.
La Medicina se constituye y justifica por lo tanto, como arte y método
de abolir la enfermedad y conjurar el dolor. Pero nótese que el dolor desde la categoría
de la curación no es un ángulo de consideración teórico sino eminentemente práctico.
El armazón teórico de la Medicina -las ciencias de la vida- es un puro medio
instrumental dirigido a dicha finalidad. La curación no es, en este sentido, una
perspectiva formal de estudio y consideración del dolor, como puede ser la vida para la
Biología. La Medicina pura es únicamente una actitud humana ante el dolor: aquella que
se dirige estrictamente a erradicarlo y hacerlo desaparecer, por cuanto que lo contempla
como aquello que ha de ser curado y no como objeto apto para hincar directamente sobre él
sus afanes teóricos.
Esta consideración deja todavía pendiente la cuestión de si la raíz
contingente de los dolores concretos que la Medicina logra erradicar, agota la
comprensión del dolor, ya que parece evidente que cualquier suma enfermedades o de
dolores que por su virtud se puedan curar no constituye un pasaporte al Paraíso. Y ello
es así en cuanto que entre las causas del dolor, además de los estímulos orgánicos,
intervienen la memoria, la imaginación, o la inteligencia, capaces de extenderlo a un
horizonte que excede el puramente físico o exterior que se produce en la periferia del
cuerpo y se trasmite luego al cerebro. Por ello, la experiencia del dolor incluye el
pasado y el futuro, debido a la aprehensión interior de males o peligros que aumentan el
dolor actualmente sentido por el cuerpo, o que directamente lo originan. El pensamiento
existencialista ha considerado la angustia o la nausea sentimientos físicos que se
manifiestan en el mismo plano constitutivo del sujeto, mientras que Hobbes lo cifra en el
miedo (2).
Por ello, el dolor y la enfermedad, desde el análisis de sus causas,
resulta una región humana aún por explorar, como ocurre en relación con la conciencia
si, por ejemplo, afirmamos que somos autoconscientes porque el despertador nos ha
despertado esta mañana, ya que si es cierto que la causa haberme despertado es la alarma
del despertador, también lo es que para afirmar que lo he escuchado, necesariamente ya
tenía que estar despierto y ser consciente cuando sonó. Parece, por lo tanto, que la
raíz del sufrimiento no coincide estrictamente con la presencia del estímulo doloroso,
sino que afecta de lleno al sujeto que lo padece. En consecuencia, la Medicina no se
justifica exclusivamente desde la categoría de la curación sino que se fundamenta en la
consideración del dolor y de la enfermedad como experiencia de alivio porque afecta a la
persona que lo padece y a su integridad (3). Así se explica como actitud humana
práctica, estrictamente dirigida a erradicarlo, según se ha dicho, a la que sirve el
bagaje teórico obtenido y cultivado por otras disciplinas científicas.
Si cabe un conocimiento genérico de sus cansas orgánicas, o realizar
una fenomenología válida del sufrimiento, el dolor en sí mismo es refractario a su
consideración teórica, pues no aparece sino es ni casu: en el hombre o la mujer doliente
que sufre anegado por su acometida atroz. Con independencia de la causa que lo pueda
originar, la dimensión genuina del dolor se corresponde con la radicalidad propia del
<yo>, en el que penetra a su antojo como la bruma en una casa con sus puertas y
ventanas abiertas a la intemperie. Por ello es posible sostener que la conciencia del
dolor se corresponde con la radicalidad del cogito cartesiano: el plano del <yo
pienso> es el mismo en el que está el <yo sufro>, por encima del nivel del
objeto pensado o de la causa del sufrimiento respectivamente. Nótese que al perder la
conciencia el dolor se anula o que, si la conciencia no se pierde, el dolor sustituye al
ejercicio del pensar en tanto me está doliendo. Esta correspondencia nos puede
proporcionar alguna indicación sobre el concepto de persona y su identidad (4).
La dirección que adopta el pensamiento moderno en la indagación sobre
el sujeto, persona, si mismo, yo, etc., puede calificarse de sustancialista, es decir, se
busca encontrar un objeto de conocimiento capaz de proporcionar la respuesta a la pregunta
sobre el quid al que aluden dichas designaciones, que sea plenamente captable por el
pensamiento o la intuición. El pensamiento cartesiano está en el origen de esta
dirección investigadora, sistematizado posteriormente en la filosofía crítica de Kant.
Este autor no puede ser más explícito cuando dice que va a llevar a cabo un "giro
copernicano": se trata de darle vuelta a la filosofía tradicional y establecer como
programa de trabajo la constitución de un sistema cuyo punto de partida es el sujeto. El
rendimiento de dicho programa revierte, como se ve en los casos mencionados, en un
agnosticismo metafísico que cifra el fundamento de lo real en la pura facticidad del sum
cartesiano o en la lógica trascendental kantiana.
Hay que dilucidar si la filosofía postcartesiana, en clave
sustancialista, logra dar con la realidad del sujeto y pasar con ello el examen de la
experiencia insoslayable del dolor humano. Su agigantamiento del tema de la conciencia
parte del supuesto de que el pensamiento humano es pensable en identidad con el sujeto, y
que éste obtiene su realidad en el pensamiento mismo como conciencia o autoconocimiento.
Aparte de la obvia consideración de que este planteamiento encuentra dificultades para
explicar las situaciones de intermitencia de la conciencia (5) y niega la condición de
sujeto al niño, loco u oligofrénico, incapaz de reflexión autoconsciente y,
consecuentemente, de realizar actos libres, si se considera que la realidad del sujeto
estriba en que es pensante, y no hay ningún objeto de conocimiento que sea pensante,
entonces dicho planteamiento ha de admitir que la realidad del sujeto trasciende de alguna
saliera el pensamiento o cualquier intuición eidéctica que lo identifique, ya que
ningún <yo> pensado piensa (6).
Wittgenstein afianza cabalmente los términos del problema que se está
explorando. En el Cuaderno azul señala que citando digo <yo tengo dolor>, no apunto
a la persona concreto, porque en cierto sentido no tengo idea de quién es. Saber quién
es el que tirite dolor significa poder atribuir esa experiencia a alguien determinado por
un criterio de identidad, (p. ej. <el hombre que está aquí sentado>), y ninguno de
los criterios para identificar personas tiene por qué estar presente cuando digo <yo
tengo dolor>. Esta expresión no nombra más a una persona que un quejido (7). Cabe
pensar, a partir de esta constatación, que toda especulación filosófica en tomo a la
experiencia de la subjetividad es fruto de un espejismo lingüístico, puesto que debido a
una peculiar gramática de esa palabra, su uso asimétrico en primera persona no designa
referente alguno.
Sin embargo, las dificultades de la opción sustancialista no clausuran
una prospección interior en la subjetividad pues, como afirma Anscombe, el referente
triplicado en el viso asimétrico de <yo> no es observacional, es decir, no hay en
ella el desdoblamiento sujeto-objeto característico de todo conocimiento por observación
(8). Y ello está en está en estricta correspondencia con que la experiencia <yo
sufro> es refractaria a su consideración teórica, en tanto que, como ya se ha dicho,
se produce in casu, en un quien y no en un qué, imposible de identificar in genere
mediante criterios objetivos, como se intenta en la especulación para fijar el <yo>
y establecer lo así determinado como sujeto humano íntegro.
El dolor muestra que la identidad personal no se descifra al completo
en la conciencia de quien lo padece, como se postula en la corriente más acaudalada de la
filosofía reciente sobre el sujeto, y con ello, aunque puedo declarar que <yo> no
soy mi cuerpo (9), lo cierto es que soy lo que soy no sin él. Trazar la identidad del
<yo> como algo que reside en mi cuerpo es desconocer que la subjetividad "es, y
se vive, como cuerpo": la vivencia de mi mismo no puedo modularla con independencia
de mi propia y original corporeidad, así no llamo mío a mi cuerpo como digo que la
corbata es mía, sino en el mismo sentido en que me llamo mío a mí (10). Además es
evidente que el hombre no está en mundo en sentido circunscriptivo como una piedra en un
estanque, ni vive como los animales en un hábitat, con el que mantiene relaciones
blunívocas, fuera del cual no tiene viabilidad, sino que habita en un mundo significativo
o simbólico que él mismo organiza estableciendo vinculaciones referenciales entre las
cosas que utiliza (11). En este sentido el mundo simbólico-cultural, como el propio
cuerpo, es manifestación del sujeto que marca una línea trascendente respecto a él,
pues en la medida que es autor de dicho mundo éste no lo incluye como un ente
referencialmente vinculado más, sino que es alguien que se establece en dualidad con
respecto a él (12). El pluralismo cultural excluye que el ser humano se reduzca tener una
identidad unívoca como sería la derivada de una res cogitans o la del kantiano "yo
pienso en general" (lch denke Überhaupt), es decir, la conciencia trascendental.
La salud y la enfermedad, en cuanto están vinculadas al sufrimiento,
no admiten en rigor una determinación por los criterios objetivos que se establecen en un
diagnóstico o se reflejan en una historia clínica, sino que están es relación
inmediata con el <yo> y su manifestación: "En Medicina se ha definido la salud
como el silencio de los órganos, que hace que la corporalidad se sienta más ligera y
volátil, una realidad muy próxima, pero casi ingrávida. En oposición a la salud, la
enfermedad proclama la presencia del cuerpo( ... ). El dolor viene a recordar al hombre lo
limitado de su ser, proyectándole hacia sí mismo, mientras se hinca la atención en la
carne dolorida" (13). Por su parte, Robert Spaeman indica que "allí donde no se
acierta a integrar una determinada situación dentro de un contexto de sentido, allí
comienza el sufrimiento" (14).
La identidad del sujeto cartesiano es inmune a los avatares del hombre
de carne y hueso en cuanto postula una subjetividad ya dada de manera exhaustiva como res
cogitans. Para Kant el <yo empírico> es un molesto apéndice del sujeto moral
trascendental. La libertad como autonomía constituye la ratio essendi de una norma que
vale absolutamente: el imperativo categórico, y cualquier quiebra o desviación de esa
norma es un abdicar culpable de la identidad genuina del <yo autónomo> formulada en
términos de "deber". Con ello cualquier riesgo de la existencia como el dolor o
la enfermedad se incluyen en el orden de las preocupaciones triviales. La objetivación
formal del <yo> de esta indagación sustancialista de la subjetividad desemboca en
un espiritualismo antropológico que transplanta la idea de hombre fuera de su
corporalidad de su ubicación simbólico-cultural, y recuerda el pensamiento de Sócrates
para quien los que por ventura han encontrado la verdadera filosofía ya están muertos
porque contemplan las ideas, o el platónico para quien este cuerpo es una tumba porque la
verdadera vida es la liberación del cuerpo: el hombre realmente no muere porque es alma.
Frente a ello es indudable que morimos y que es el hombre entero el que
sufre. El dolor no es objeto genérico de investigación y conocimiento porque afecta a la
persona, cuya identidad no se objetiva al completo ni está dada de americano plenamente.
Así se aprecia en que no mantenernos una relación despótica con nuestro cuerpo en la
que este funcionaría como instrumento completamente dócil a la voluntad. La experiencia
de libertad está sujeta al condicionamiento natural de las Instancias sensoriales de las
que no puede prescindir desde una pretendida subjetividad "numérica": hay
ocasiones en las que el cuerpo llega a hacérsenos patente como un todo (15), o
privilegiando alguna de sus partes con una vehemencia incontenible en las que el
<yo> se establece en identidad con él, como si se tratara de un trozo de materia
consciente de serio. En otras, como en la experiencia dolorosa, la corporalidad se impone
como una cárcel o amenaza frente a la que se pierde el dominio de sí y el <yo>
puede capitular. Por otra parte, los límites de la objetivación que cada uno nene de su
cuerpo no se dan con precisión, pues es mío sólo en cuanto lo vivo como tal, y ello no
ocurre nunca de manera exhaustiva. Esta consideración no deprime el valor de los
resultados de una ciencia psicosomática que lo investigue desde fuera.
Creo que la subjetividad no existe como autonomía desvinculada del
contexto empírico y cultural, sino como intimidad que se constituye y despliega en
estricta correspondencia con los actos externos que pone libremente y que con original
novedad la manifiestan. La conciencia de sí no se consuma en un acto de
reflexión-terminado y completo capaz de revelar la identidad subjetiva. En la acción
intencional la autoconciencia <yo>, que concentra en sí el poder de configuración
de la misma como vehículo y expresión de lo que se quiere, se dirige hacia sí. El
sujeto no elige estrictamente sólo entre opciones o preferencias, como sugiere una
interpretación "consecuencial" de la acción realizada respecto la
deliberación antecedente, sino que está presente en la misma por un acto reflexivo
respecto de sí mismo en el cual se acepta a sí mismo en el modo de querer (16). El
sujeto mismo se define en los términos de su intención, además de establecer una
relación con lo que elige. En este sentido la decisión es un acto constitutivo de la
identidad subjetiva (17). En otro caso, la conciencia de sí mismo, o estaría presente de
manera pasiva, o se aboliría en el curso de la acción, y consecuentemente el dominio o
poder de configuración que el sujeto mantiene sobre ella. Por otra parte, si el objeto
del querer intencional coincidiera estrictamente con el mismo acto de quererlo, sin
ninguna "ascética" o "práctica de sí" en que se apoye, la decisión
sería una pura veleidad del espíritu pues ya no se necesitaría otra actividad dirigida
a su logro: mi deseo estaría satisfecho con sólo manifestarse y la consecución de su
objeto estaría asegurado (1 8).
El dolor en su hondo sentido es una quiebra de la persona en cuanto
afecta al despliegue activo de su intimidad. Cuando es vulnerado y debilitado, el ser
humano no logra descifrar su identidad en su despliegue debido a la quiebra de la
actividad. El sujeto se encuentra en su cuerpo como en una cárcel o vive en un mundo
cultural mostrenco y sin sentido que no puede integrar modulando en él su propia y
original personalidad. En este sentido, el dolor es una situación personal y no una
sensación particular de origen contingente. El esclarecimiento filosófico del
sentimiento de angustia existencial es elocuente al respecto en cuanto se corresponde con
el hecho de sentirse circunscrito ceñido y bloqueado por los límites de la identidad que
con mis actos pongo como mía. Con ello se abre una línea trascendente en la cual la
identidad dada en un tramo temporal cualquiera de la existencia humana remite a una
instancia metafísica bien distinta del espiritualismo antropológico al que he aludido,
desde la que se advierte como finita e incapaz de autoesclarecerse y descifrarse sin
residuo en un conocimiento y aceptación plena del propio ser en su despliegue. ¿Qué nos
impide pensar que la desesperación determinante de la abolición del <yo> en el
suicida tenga una raíz idéntica al ansia de positiva plenitud de la propia existencia?
Parece en este caso que la imposibilidad de alcanzar la vocación de plenitud en nuestro
existir contingente, marcado por el dolor el sufrimiento y la muerte, hace posible querer
abolir para sí mismo toda posibilidad en general.
Desde la categoría médica de la curación se rebaja la condición
auténtica de la mujer o el hombre dolente como ser necesitado que demanda ayuda: el
alivio y liberación de su persona, obturada en la compresión radical de su existir. La
investigación del dolor revela a la "persona" como principio antropológico
trascendente que remite a la verdad y el bien absolutos, a los que el ser humano accede,
mediando en su dinámica realizadora, amenazada y contingente la posición libre y
original de los actos propios de la naturaleza en la que existe y de la que ha sido
dotado. Así se justifica el atributo de su dignidad y se fundamenta la honda actitud
médica en la que la relación con en paciente se constituye en una relación personal, en
un diálogo terapéutico que los criterios exclusivamente técnicos, jurídicos o
mercarmles no son capaces de orientar. Como señala Laín Entralgo, el fundamento de la
relación médico-enfermo y cuidador-doliente es la necesidad del que sufre, que un hombre
preste ayuda al menester de otro para devolverle a su ser (19). En mi opinión, en este
contexto el lenguaje reivindicativo de los derechos debe entrar con cautela y renunciar a
regularlo en toda su extensión. Convertir esta relación humana en "supuesto de
hecho" que típica e imputa "consecuencias jurídicas", imponiendo su
propia racionalidad basada en principios como la autonomía, la igualdad, la seguridad o
la responsabilidad, a la tradicional inspirada actitudes como la benevolencia y la
confianza, no es más que un movimiento de traslación que sustituye los viejos problemas
del paternalismo por otros nuevos. La peculiar batalla jurídica establecida en torno a la
figura del "consentimiento informado", que ha llegado a distorsionar la
práctica misma de la medicina clínica, es una buena prueba de ello.
Indice
NOTAS
1. La categoría de la enfermedad nene también valor sociológico: el
progreso se interpreta como la curación de una grave enfermedad que se resuelve en la
idea ilustrada de emancipación de una "minoría de edad culpable" según Kant.
La importancia sociológica del médico y la importancia interpretativa de la Medicina han
crecido a lo largo de la historia y es posible hablar ya de enfermedad social y entender
la política como terapéutica. Kierkegaard en La enfermedad mortal (Guadarrama, Madrid,
1969) realiza una aguda hermenéunca del hombre como enfermo.
2. Vid.: HEIDEGGER, M.: Sein und Zeit, Gesammtausgabe, Klostermann,
Frankfurt, 1976, Band 2 (ed. española Ser y Tiempo, FCE, México, 1989, trad. J. Gaos,
pp. 158-160); HOBBES, T.: Leviathan, Penguin, Londres, 1985 (ed. española de C. Mellizo,
Alianza, Madrid, 1983).
3. Laín Entralgo define la enfermedad como "un modo doloroso y
anómalo de la vida de la persona, reactivo ante una alteración del cuerpo determinada
Psico-orgánicamente". Cfr.: Antropología médica, Salvat, Barcelona, 1984, p.159.
4. Charles Taylor lo califica "el más grande de los problemas
intelectuales de la cultura humana". Cfr.: Sources of the Self. The Making of the
modern Identity, Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 1989 (ed. española
de Ana Lizón, Paidos, Buenos Aires, 1996, p. 128).
5. Vid.: PARFIT, D.: "Personal ldentity", en The Phillosophy
of Mind, J. Glover (ed.), Oxford, Oxford University Press, 1976, Pp. 142-163.
6. Vid.: RICOEUR, P.: Soi-mêmê comme au autre, Editions du Seuil,
Paris, 1990 (trad. española de Agustín Neira Calvo, Siglo XXI, Madrid, 1996, p.XV-XXII).
7. Cfr.: WITTGENSTEIN, L.: Phliosophical lnvestigations, G.E.M.
Anscombe y R. Rhees (eds.), Basil Blackwell, Oxford, 1967, p.404. García Suárez señala
que en <yo tengo dolor> estarnos inmunizados contra todo posible error por
identificación equivocada, precisamente porque tal expresión no involucro el
reconocimiento de una persona determinada. De ahí que sea tan imposible que yo confunda a
otra persona conmigo mismo al decir <yo tengo dolor de muelas>, como que <me
quejé por equivocación> (Cfr.: GARCIA SUAREZ, A.: La lógica de la experiencia.
Wittgestein equivocación y el problema del lenguaje privado, Tecnos, Madrid, 1976, pp.
120-121).
8. Vid.: ANSCOMBE, G.E.M.: Intention, Basil Blackwell, Oxford, 1975
(trad. Española de Jesús Mosterín. Paídos, Barcelona, 1991, p.64).
9. Gilbert Ryle, en las primeras páginas de su libro The Concept of
Mind, denomina a esta doctrina "el docma del fantasma en la máquina", que está
en la base del paralelismo psicofísico y toma como punto de parada el pensamiento
reflejo, la conciencia, o el cogito cartesiano (Vid.: RYLE, G.: The Concept of Mind, Nueva
York, Barnes & Noble Everyday Handbooks, 1949, pp. 15-16).
10. Vid.: MILLAN PUELLES, A.: La estructura de la subjetividad, Rialp,
Madrid, p.386.
11. Cfr.: BERGER, P.L.; LUCKMARM, T.: The Social-Construction of
Reality, Penguin Books Ltd, Harmondsworth, Middlesex, 1967 (ed. española:
Amorrortu-Murgía, Madrid, 1986).
12. Vid.: HEIDEGGER, M.: Sein und Zelt, cit., & 82,84.
13. Cfr.: POLAFNO, A.: "Más allá del sufrimiento", en
Atlántida, 15, 1993, p.304.
14. Cfr.: SPAEMAN, R.: "El sentido del sufrimiento", en
Atlántida, 15, 1993, p.323.
15. Es significativo al respecto el análisis del Holismo psicológico
de lo que en esta corriente se denomina peak experience.
16. La intención volitiva surge separada de su objeto ya que lo
querido no se constituye por el acto mismo de quererlo, sino que incluye al que quiere y
así lo expresa. Por ello se puede afirmar que "observo mi acción" a la vez que
me reconozco en ella "sin observación": "La observación sólo me da un
conocimiento de mi brazo moviéndose, no de mi acción pues resulta extraño decir que
estoy observando mi propia acción. Por otro lado, defender un conocimiento no
observacional de mi acción también es extraño, puesto que el moverse de mi brazo
requiere un conocimiento observacional de que se mueve. Por lo tanto el conocimiento de mi
acción lo es ni uno ni otro solamente" (Cfr.: ODEGARD, D.: "Volition and
Action", en American Philosophical Quarterly, Vol.25. nº 2 (1988), p. 146).
17. "Cierto que toda acción litoral implica una relación con la
realidad en donde se lleva a cabo y una relación con el código el que se refiere, pero
también implica una determinada relación consigo mismo, ésta lo es simplemente
"conciencia de sí", sino construcción de sí como sujeto moral (Cfr.:
FOUCAULT, M.: Historia de la sexualidad (el uso de los placeres), trad. de Martí Soler,
Siglo XXI, Madrid, 1986, p.29).
18. Hanna Arendt señala que "las actividades del espíritu son de
naturaleza reflexiva, (...) ninguna mas que las actividades del yo volente, (...) la
voluntad se dirige siempre a sí misma" (Cfr.: The Life of Mind, Harcourt Brave
Jovanovich, Inc., Nueva York, 1977 (trad. española de Ricardo Montoro y Fernando
Vallespín, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1984, pp.312, 326).
19. Vid.: LAIN ENTRALGO, P.: La relación médico-enfermero, Revista de Occidente,
Madrid, 1964, p.22.
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